17 dic 2016

Nueva aventura



         Hacía una mañana genial, magnífica y, como cada día, me levanté de la cama y me dirigí a la gran ventana de mi habitación para retirar las cortinas y abrir las ventanas, dejando que ese agradable olor matutino pudiese entrar en mi habitación e inundase la estancia. Sentaba bastante bien, por cierto.
         Mi mayordomo, Darius, un hombre alto, de hombros anchos y bastante intimidante, con una expresión siempre sombría, entró en mi habitación con una bandeja de plata en la mano después de llamar a la puerta con sus nudillos. Mis familiares le temeían cando me visitan, algo que no llegaba yo nunca a comprender del todo. Suponía que una vez acostumbrado no te parecía aterrador.
— Buenos días señor —saludó, haciendo una suave inclinación con la cabeza, la cual también hice yo a modo de saludo—. Le traigo el desayuno.
Darius dejó el desayuno sobre mi escritorio, totalmente ordenado. Debió de entrar mientras yo dormía anoche, con su peculiar e inquietable silencio, y lo ordenó. Debió de hacerlo, claro. Antes de irme a dormir, estuve atareado con papeles, varios libros y rvisando peticiones.
         Mi canoso mayordomo se colocó junto a la mesa de madera, donde había dejado la bandeja con mi desayuno, la cual desprendía un olor agradable a café recién hecho y a pan tostado; colocó su diestra tras su espalda y dejó caer el otro brazo.
— ¿Qué planes tiene para esta mañana, señor? —cuestionó y reliazó un movimiento imperceptible, colocándose derecho.
— Pues... —comencé diciendo, mientras me acercaba a la mesa, dispuesto a sentarme y así comenzar a desayunar, pero no sin antes colocar mi mano sobre el respaldo de la silla y, como manía que tenía, acariciaba la tela del mueble. Fruncí los labios, pensativo, organizándome mentalmente, para luego dirigir mi mirada haciala grisácea de mi mayordomo—. Supongo que seguir con el asesinato de aquella mujer, la de la calle Cipher.
— Señor, si me permite decirlo, lleva usted casi tres semanas totalmente sumido en ese caso. Le recomiendo que salga fuera y tome un poco el aire.
Resoplé y esbocé una sonrisa algo cansada; tenía razón.
— Agradezco tu conseo, Darius, pero esa familia confía en mí y sabes que si doy ese paseo no pararé de pensar en el caso.
— Claro —se limitó a contestar, aunque yo sabía perfectamente que quería añadir algo más.
No dijo nada más. Hizo una reverencia nuevamente y se marchó de mi habitación, cerrando la puerta detrás de él con un sonido sordo.

          A las pocas horas, pasado poco más del mediodía, Darius volvió a llamar a mi habitación y me sacó de mi pequeño mundo donde me había vuelto a envolver totalmente, entre papeles. Parecía tranquilo, pero sabía, nada más mirarle a los ojos donde se reflejaba ese sutil brillo característico de él, que traía algún mensaje importante.
          Alcé una ceja, preguntándole sin decir nada.
— Un pedido, señor.
— Estoy cansado de decir que los pedidos lo manden por cartas, te lo dejen a ti o vengan en las horas señaladas —fruncí el entrecejo, molesto, y volví la mirada hacia el periódico en el que estaba sumido, buscando detalles que ya me sabía de memoria sobre el asesinato que intentaba descubrir.
— Pero es extremadamente urgente, según...
— Vale, vale.
         No tuve más remedio que ir al salón, que era donde atendía a los encargos que las personas me comunicaban personalmente.
Una vez dentro de la sala, observé dos siluetas tapadas con unas capas y unas capuchas negras, que no permitieron verlas perfectamente. Ambas, de pie, eran de gran altura: una de ellas era tan alta como Darius, y la otra sacaba a ambos al menos una cabeza. Yo era el más bajo de ellos, lo que me sentí algo intimidado. No por Darius, sino por aquellos desconocidos.
         Tragué saliva y con un gesto de diestra, invité a aquellas dos personas a que tomasen asiento. Yo lo hice también, y Darius se quedó de pie, como normalmente hacía.
— Deben de ser conscientes de que han tenido la extraordinaria oportunidad de que yo les atienda. Normalmente no lo hago así, de manera tan brusca y fuera de las horas que doy. Espero que se trate de algo muy, muy importante.
— Hemos oído muy bien de usted —dijo uno de los dos encapuchados y con una voz grave, el más alto, tras unos segundos de silencio, como si hubiera estado organizando lo que tenía que decir. No tuvo en cuenta mis palabras, o eso parecía. Creí que merecía al menos una disculpa—. Escúchenos y cumpla con su palabras.
          Solté un pequeño bufido, molesto por el comportamiento de la persona contraria. Arqueé una de las cejas y dirigí una mirada hacia Darius, el cual tenía los ojos entrecerrados y se mostraba, como siempre, tranquilo, pero cerraba un puño; estas cosas le molestaban más a él que a mí. Era mejor que saliese de la habitación, o sabía que echaría a aquellos dos.
— Darius, por favor, tráenos algo para tomar mientras hablamos.
— No se tome las molestias, estamos bien —volvió a hablar el mismo encapuchado, lo que me hizo resoplar y echarme hacia atrás en el sofá, para relajarme un poco. Relajarme o hacer un vano intento de alejarme de aquellas dos personas, pues en cierta forma transmitían algo que hacía que me sintiese incómodo.
— ¿Podrían al menos quitarse esas capuchas y dejar a la vista su rostro? Lo aconsejo antes de que digan lo que vayan a decir. No dispongo de mucho tiempo, me gustaría dejar de lado estos misterios.
          La misma persona soltó una corta carcajada y noté cómo el pecho le subió durante un momento.
— El misterio nunca lo podrá dejar de lado, detective —me replicó, y abrí la boca para contestar, pero continuó hablando—. Le diremos lo que queremos.
          Ahora fue el otro encapuchado el que se aclaró la garganta y comenzó a hablar, con una voz mucho más suave y tranquila que su compañero: una mujer. Transmitía una paz y una relajación extraña, similar a cuando iba a un parque y podía dormir perfectamente, teniendo aquella sensación de que el viento me mecía.
— Queremos que encuentre un ladrón.
— ¿Un ladrón? Lo siento, pero de ese tipo de asuntos no me encargo yo. Resuelvo casos, no atrapo a vulgares ladrones.
— Oh, no, creo que se equivoca. No es un ladrón cualquiera. Además, lo que nos ha robado a mí y a mi familia es algo que necesitamos. Es algo existencial, muy importante. Lo necesitamos para vivir.
Suspiré.
— ¿Y qué es lo que os ha robado? —pregunté, rindiéndome ante ellos.
El más alto de la pareja, hace un pequeño movimiento y veo, desde la oscuridad que le proporciona la ropa, que esboza una sonrisa o algo similar a esta.
— Magia.

          No pude evitar soltar varias carcajadas seguidas ante aquella situación. ¿Magia? ¿Era en serio? Se trataban de bromistas, seguro. Estúpidos que querían gastarme una clara broma y robarme tiempo de búsqueda.
— ¿Perdona? ¿Has dicho magia? Soy detective, no alguien a la que le toman como víctima para gastar bromas.
— Sólo puedes hacerlo tú —contestó la voz más suave—. Oye Anker, ¿por qué sigues escondiéndote y haciendo como que no ocurre nada? —miré al otro encapuchado, pues creía que se refería a él. Pero no era a él. La figura estaba quieta y callada. Volví la mirada hacia su acompañante y vi que tenía la cabeza levemente girada hacia mi mayordomo, el cual había hecho un pequeño aspaviento—. Se te ve... nervioso ahora.
          Fruncí el ceño, mirando a Darius. Yo lo veía serio, callado, quieto y tranquilo, como siempre.
— Darius, ¿de qué hablan?
— Deje de llamarlo así. Tu mayordomo no es más que un sátiro que ha cogido el camino de servir a un humano sólo para convivir con él tranquilamente.
         Me puse de pie, totalmente molesto: la broma estaba llegando ya muy lejos y mi paciencia ya se había agotado totalmente.
— Ya está bien —sentencié—. Dejen las bromas, dejen ver sus rostros y pidan lo que realmente necesiten. Si no quieren nada, cojan el camino hacia la puerta y largaos —mis nervios aumentaron.
         Ambas figuras se pusieron en pie, y ví que Darius se ponía algo nervioso. 
Hacía años que no veía a mi mayordomo así, algo tenía que ver para que actuase de esa manera. Los encapuchados retiraron las capas y las pusieron sobre el sofá donde se encontraban sentandos. 
         Me asombré. Estaba atónito al ver lo que tenía delante de mis ojos. 
         Una mujer, delgada y con la piel muy bronceada, y en vez de cabello tenía hojas, hojas que hacían la función del pelo, que llegaban al menos a su cintura. Iba vestida con un vestido bastante corto, sin mangas, hecho de ramas y hojas grandes. Sus rasgos faciales eran suaves y tenía unos ojos grandes y violetas, que destacaban bastante.
         Su acompañante, de hombros anchos, corpulento y también algo intimidante como Darius, resultaba ser una especie de humano, con unos pequeños cuernos que sobresalían a los lados de la cabeza, y un hocico similar al de un toro. Llevaba solamente un pantalón negro, y marcaba unos buenos músculos. Se veía que estaba en forma. Los rasgos de la cara eran similares a los de un toro, pero a la vez mezclados con los de un humano.

         — Me llamo Agneta, y este de aquí es mi amigo Alcander —se presentó la mujer y su compañero hizo un asentimiento con la cabeza.
— ¿Qué... sois? —pregunté, aún asombrado. Había pasado de pensar que se trataba de una broma a pensar que era un sueño.
— Soy una dríada y él un minotauro. O lo que queda de ser un minotauro.
— Por eso me olía a mí a toro —comentó Darius, y Alcander esbozó una sonrisa juguetona, mostrando unos dientes totalmente derechos y un poco amarillentos.
— Su... mayordomo es un sátiro. Pero parece que ya se le ha acabado la magia. ¿Eh, Anker? —volvió a referirse a mi mayordomo. No sabía, pero ya me empezaba a sentir algo más relajado—. No somos unos bichos raros. No trabajamos en un circo. No venimos a reclutarle para algún tipo de espectáculo. Hemos venido porque nos han recomendado buscar a un detective humano, y nos dijeron de buscarle porque es uno de los mejores, para que nos ayude a resolver el robo. Llevamos días buscándole, no nos ha sido fácil guiarnos por este mundo, y no es para que ahora se niegue, así que atienda.
— En resumen: hemos venido desde muy lejos para que nos ayude y no queremos que se niegue, fin —resumió Alcander.
— No estábamos de broma cuando dijimos que nos han robado la magia. Venimos de un mundo, un país creado, donde todos los seres mitológicos viven en tranquilidad. O eso era hasta hace varios días.
— La magia es algo que llevamos nosotros. Sin ella, no podemos vivir. Apenas podemos vivir dos o tres semanas —continuó Alcander—. Lo que no sé es cómo tu mayordomo se las ha planeado para vivir aquí tanto tiempo, sin magia alguna.
Darius... o Anker, no dijo nada.
— Hay algunos que, sin ella mueren directamente. Otros que van perdiendo su aspecto hasta que llegan a convertirse en simples humanos, pero debido a que son demasiado viejos, mueren al momento de convertirse en uno de vosotros —siguió Agneta hablando—. Cada minuto que pasamos aquí, seguimos perdiendo magia y mueren. ¿Va a ayudarnos? —preguntó finalmente, y noté cómo su color violeta de ojos cambió a uno mucho más oscuro.

         Suspiré. 
Aquello no era más que otro pedido realmente, algo más difícil, pero era algo que tenía que descubrir. Si aceptaba, estaba claro que me metería en un mundo lleno de misterios, magia y seres de toda clase. Una aventura en todos sus sentidos. Aquella solicitud tenía una gran carga; si no la solucionaba, si no podía traer de vuelta al ladrón que robó la magia a aquel lugar, muchos acabarían muertos. 
A la vez, me salían muchas más preguntas. Preguntas sobre Darius. Si aquellos seres morían sin magia, ¿cómo que mi mayordomo, que supustamente fue un sátiro en su tiempo, sigue vivo? Tendría que hablarme de ello, largo y tendido.
         Agneta se aclaró la garganta para llamar mi atención, y le observé.
— ¿Y bien?
Eché un vistazo a su amigo, y luego a mi mayordomo, y volví a posar la vista en los ojos de Agneta.
— Hecho.
        Agenta esbozó una amplia sonrisa, mostrando su perfecta y blanca dentadura. Se podría decir que fue la más bonita y sincera que había visto.
Giró la cabeza hacia su compañero, el cual también esbozó una sonrisa, no tan grande como la de ella. Cuando hizo aquel movimiento, su pelo hizo aquel agradable sonido de las hojas meciéndose frente al viento.
— ¡Ha dicho que sí! Rápido, haz lo que tienes que hacer. Tenemos que ir ante la reina para que sepa su respuesta.
         Alcander asintió con la cabeza y se acercó a un mueble de madera antiguo, el cual tenía cristales en sus puertas y se podía ver una vajilla antigua, que conseguí en una apuesta hace unos años. 
El minotauro, o lo que era de él como decía su amiga, cogió el mueble sin ningún problema con sus fuertes brazos y lo echó hacia un lado, de manera brusca, haciendo que la vajilla de dentro y los cristales de la puerta se partiesen.
— ¡Oye! —le grité, por el trato que había tenido con el mueble.
Alcander no me echó cuenta y sacó de uno de los bolsillos de su pantalón un pequeño frasco, que parecía contener unos polvos de un tono brillante y reluciente, de un tono grisáceo, similar a la plata. 

         Dibujó rápidamente un símbolo extraño en la pared, que consistía en círculo con más círculos dentro y algunas espirales, además de líneas. En el centro, escribió algo en un lenguaje que no comprendí. El minotauro musitó unas palabras y el trozo de pared comenzó a brillar en la suave oscuridad del salón, que me hizo brevemente a entrecerrar los ojos hasta que me adapté a la luz.
         Ví de reojo a Agneta, que se removía algo feliz, y la cual se volvió una vez más hacia mi mayordomo.
— Eh, Anker, ¿echabas de menos ese símbolo?
El mencionado miró hacia otro sitio, sin responder.
— Listo —comentó el minotauro—. El portal ya está listo.
         Agneta realizó un gesto con la mano para que su compañero pasase primero, el traspasó la pared, desapareciendo de mi salón. Acto seguido, me observó a mí.
— Te toca, yo iré tras de ti, y no es para hoy, eso se cerrará dentro de un minuto.
Me acerqué al trozo de pared brillante, ya menos que antes y miré hacia detrás, concretamente hacia mi mayordomo, que se acercaba a mí.
— ¿No vienes?
— Yo siempre iré a donde usted vaya —replicó.
En mi rostro se dibujó una sonrisa. A pesar de haber sido... o era uno de esos seres mitológicos, hacía muy bien de mayordomo. Anoté mentalmente que en algún momento después de lo que se avecinaba le tendría que felicitar.
Volví a girarme hacia la pared y empecé a introducir los brazos y luego las piernas, poco a poco, hasta que tuve todo el cuerpo dentro de aquel portal extraño.

Parecía que tocaba empezar una nueva aventura.

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