2 ene 2017

Voces


Abro los ojos y miro a mi alrededor. Me encuentro en un prado cubierto de huerba, aparentemente normal.
Oigo un ruido. Se acercan.
Me levanto y doy una vuelta sobre mí mismo. Los oigo acercarse sigilosamente, así que elijo una dirección al azar y echo a correr.
Un pie delante del otro. Derecha, izquierda, derecha, izquierda.

 Sé que debería de estar avanzando, pero todo sigue igual, ni una brizna de hierba diferente. Escucho sus pasos cada vez más cerca, pero aún no veo nada.
Giro a la izquierda y sigo corriendo mientras por mi espalda resbala un sudor río.
Me giro un momento y quedo cegado por el sol. No veo nada durante unos instantes, pero aún puedo oírlos. Me entra el pánico y sigo corriendo.
Derecha, izquierda, derecha, izquierda.
En el horizonte puedo ver las ondulaciones producidas por el calor. Me estoy quedando sin fuerzas, no podré aguantar mucho más y siguen ahí aún. Si por lo menos el paisaje cambiase o algo me indicara que estoy avanzando, esto sería mucho más fácil.
Izquierda, derecha, izquierda, derecha.
En un momento dado, mis pies se descontrolan y caigo al suelo. Puedo escuchar sus risas detrás de mí. Me giro. El prado verde continúa intacto, no hay nadie.
Trato de levantarme y seguir corriendo, pero no duro mucho, pues pocos metros después, vuelvo a derrumbarme.
No puedo oír nada salvo sus susurros y sus risas. Risas a mi costa. Risas por mi debilidad. Risas que me enloquecen.
Sigo sin ver nada diferente, ni una señal de sus presencias, pero sé que deben de estar cerca, puedo oírles claramente.
Como si estuviesen a mi lado, como si estuviesen detrás mía.
Como si estuviesen dentro de mi cabeza.

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